Neus
Tomàs
Hace
17 horas
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EFE El TSJC requiere precedentes en que el
Parlament limitó votaciones independentistas
Aparentemente la cárcel de Mas d’Enric
es muy parecida a la de Lledoners, hoy la prisión más famosa de España. Ambos
son edificios modernos y aislados con pasillos de instituto que huelen a
desinfectante de consultorio médico. La expresidenta del Parlament Carme
Forcadell está en el centro tarraconense. Escuchándola se concluye que su día a
día no solo es diferente al de sus compañeros en Lledoners sino que es bastante
peor. Porque Forcadell, a diferencia de ellos, no puede estar en un módulo de
participación y convivencia. Las mujeres, las pocas que hay en Mas d'Enric,
están todas juntas sea cual sea el delito que se les atribuya. "Es una
doble discriminación. Por ser mujer y por ser reclusa", resume la
expresidenta de la ANC.
De los 727 presos que
están encerrados en Mas d'Enric, 696 son hombres y solo hay 31
mujeres. Como sucede en otros centros penitenciarios, Mas d'Enric es una
cárcel pensada para hombres. Forcadell la escogió –si es que se puede utilizar
este verbo cuando se está privado de libertad– porque era la que permitía a su
nonagenaria madre un desplazamiento relativamente corto desde Xerta, su pueblo
natal a la orilla del río Ebro. Además, sin estar cerca, no está lejos de
Sabadell, donde residen el esposo y los hijos de la expresidenta del Parlament.
Tanto ella como la exconsellera de
Trabajo Dolors Bassa, que está en la cárcel de Puig de les Basses
(Figueres), descartaron cumplir la prisión preventiva en el centro de
Wad-Ras porque pese a que está en Barcelona y les facilitaba las visitas de
familia y abogados, no tiene celdas individuales y las duchas son comunitarias.
La expresidenta del Parlament no se ha
impuesto voto de silencio pero casi. Al menos si se trata de hablar con medios
catalanes o del resto de España. Desde un primer momento decidió que su
prioridad era explicar su versión a los medios internacionales. Y es lo que ha
hecho.
Forcadell rehuye la bronca entre los
partidos independentistas aunque está al corriente de todo lo que se publica.
Tiene opinión sobre lo que está pasando, sea en Catalunya, Madrid o en
Andalucía (¿acaso hay algún catalán que no la tenga?), pero no quiere
contribuir al ruido con titulares más o menos noticiables.
Escucha la radio y mira TV3, La Sexta y
Televisión Española. Como cualquier español mínimamente informado ha notado el
cambio ("a mejor") de los Telediarios de la primera cadena. Cuando
estuvo en Alcalá Meco, donde sí podía entrar en la celda cuando quería, se
aficionó al Gran Wyoming. Lo miraba cada día. Ahora, cuando en la sala común
sus compañeras suben el volumen para ver los programas matinales de Tele 5 y
Antena 3 ella se pone los auriculares para poder seguir trabajando.
Forcadell tiene ganas, “muchas ganas”,
de que empiece el juicio. “Diré la verdad”, asegura confiando
en que sea suficiente para convencer al tribunal. Quiere salir de la cárcel y como quien entra en el
quirófano fía su futuro a lo que diga y decida su abogada, Olga Arderiu. La
comparación entre el cirujano y el penalista se la hizo su compañero en la Mesa
y también abogado, Lluís Corominas. Forcadell cuenta los días que lleva ahí
dentro (335 días) y le ha prometido a su letrada que no se pondrá nerviosa
hasta que llegue a los 500.
En estos meses privada de libertad, la
expresidenta de la ANC se ha convertido en una auténtica sindicalista. Reconoce
que es lo más parecido a una “delegada sindical” en la cárcel. Con la mayoría
de las reclusas solo tiene una cosa en común: ser mujer. No, no es ninguna
obviedad cuando se trata de reclamar cosas tan básicas como poderse duchar
después de hacer ejercicio. Conseguir que hubiese secadores de pelo fue toda
una victoria. Con sus compañeras no habla de política porque en la cárcel, al menos
en la de Mas d’Enric, las prioridades son otras.
“Quiero empoderarlas”, proclama
tras relatar ejemplos que demuestran que la oleada feminista no ha
conseguido traspasar los muros de esta cárcel. Forcadell les explica que un
marido no es alguien que ordena y que las mujeres somos tan capaces como ellos
de tomar decisiones. Escuchándola podría decirse que en el módulo de mujeres el
derecho a decidir que la expresidenta del Parlament defiende
políticamente aquí tiene también otro sentido. Es el derecho de las mujeres a
decidir sobre su vida sin tener que pedir permiso.
Forcadell viste como cuando ocupaba el
segundo cargo más importante de Catalunya. Si en Lledoners te reciben en
chándal, ella lo hace con americana y rosa amarilla en la solapa. Sonríe pero no
disimula. "Nadie puede ser feliz cuando está en esta situación" y no
hay meditación, yoga o actividad que compense estar privado de libertad.
Cuando fuera se agrupan decenas de
independentistas para expresarle su apoyo, como pasó este sábado, ella ni los
puede ver ni los puede escuchar, aunque sabe que están allí porque se lo dicen.
Es otra diferencia con lo que pasa en Lledoners donde incluso se ha escuchado a
Oriol Junqueras gritar a la gente para darles las gracias. La celda de
Forcadell da a un patio y solo ve un muro. Lo más parecido a un momento feliz
es poder comer un poco de chocolate. Lo compra en el economato y se lo guarda
para la noche. Así, un día tras otro desde hace medio año.
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